"I bet it’s like cutting to black"
Bobby
Soprano
En la última secuencia del episodio 86 de The Sopranos,
“Made in America”, parecía deducirse que Tony Soprano era asesinado, cerrando
así la saga.
Los elementos que forman la composición recogen en
poco más de cuatro minutos y medio una parte del ecosistema creado por David
Chase, que dirigió y escribió el guión de esta última entrega.
The
Sopranos es una serie de televisión para HBO, en donde se
emitió desde el 10 de enero de 1999 hasta el 10 de junio
de 2007,
distribuida en 86 episodios agrupados en seis temporadas. En España, Canal+
emitió las seis temporadas y la Sexta lo hizo parcialmente en abierto.
Producida con criterios de alta calidad (aproximadamente dos millones de dólares por episodio) y respondida con un gran éxito: 21 Premios Emmy y 5 Globos de Oro, además del favor de la crítica y el público, es una de las principales muestras de esta edad de oro de las series de televisión, con el record vigente de mayor audiencia de HBO, 14,4 millones de espectadores en su quinta temporada.
La acción se sitúa en New Jersey y la trama gira en
torno al mafioso Tony Soprano y
las dificultades que para él representa la conciliación de su papel como cabeza
de familia con su actividad como capo de su
territorio.
La familia de Tony es el paradigma de lo
disfuncional. La relación con su mujer Carmela es difícil y su madre, viuda del
antiguo jefe de la familia Soprano, no es una abuelita típica. El entorno lo
completan dos hijos adolescentes, un indisciplinado Anthony Jr. y Meadow, una
universitaria que prácticamente no se habla con su padre.
Esta situación familiar se añade al estrés
permanente derivado de su singular trabajo y de las relaciones con su otra
familia y colegas.
La presión que le provoca a Tony intentar conciliar
estas dos vidas y los ataques de ansiedad que sufre, le llevan a la consulta de
la psicoanalista, en un acto de vulnerabilidad, ya que este tipo de terapia no
es la clase de información que alguien que se mueve en su habitual círculo
pueda compartir.
Esta doble perspectiva se plantea en escenarios
recurrentes, con personajes que entran y salen en la acción con una singular
mezcla de violencia, traiciones y muerte entremezcladas con situaciones
cotidianas y un distante sentido del humor, aderezado con una ecléctica pero
soberbia banda sonora.
En toda la serie hay una suerte de fatalismo, donde
se subraya el carácter efímero de casi todo. “La vida es una gran nada”, le
advierte Livia Soprano a su nieto Tony Jr., y en una conversación entre Tony
Soprano y su cuñado Bobby del penúltimo episodio (en que Bobby es asesinado) se
decía, hablando de la muerte: “Apuesto a que es como si todo se volviese
negro”.
Al contrario que otros clásicos de gansters, más
orientados hacia la obsesión por el poder y las tretas y mezquindades
articuladas para conseguirlo y mantenerlo, Tony Soprano representa otro de los
arquetipos clásicos del drama, el desdoblamiento, cuyo paradigma más conocido
es la dualidad Jekyll/Hyde de Stevenson, un médico obsesionado con la
naturaleza dual del alma, cuyos experimentos le llevan a la creación de un alter ego,
compendio de todos los aspectos negativos de su personalidad simbolizados por
una deformación monstruosa.
En realidad es esa dualidad la que lleva a Tony a
la consulta de la psicoanalista. Su lado Jekyll, domestico, amable, preocupado
por su relación con su familia y el futuro de sus hijos, convive con un lado
salvajemente cruel, reflejado en múltiples secuencias de la serie con escenas
violentas de enorme dureza, como parte de las rutinas esperadas de un capo para ser
merecedor de su posición. Al igual que en el clásico de Stevenson, Tony sabe
que no puede escapar de su destino, que en su negocio no es habitual morir
anciano en la cama. En este carácter dual y consciente de Tony es donde puede
encontrarse la esencia del personaje y el reto interpretativo al que James
Gandolfini respondió con creces.
El corte final recoge la presencia de varios de los
actores protagonistas y claras referencias a situaciones de las tramas
precedentes, así como guiños a películas del género, incluyendo la visita al
lavabo de Michael Corleone. Al mismo tiempo, la manera en la que se muestran
puede dar lugar a una interpretación abierta (e incluso a una secuela, que
ahora ya sabemos que no se hará) lo cual ha propiciado multitud de
explicaciones más o menos especulativas de este final.
La secuencia sugiere que estábamos viendo la
realidad “con los ojos de Tony” y el fundido a negro y la interrupción brusca
de la música indican que Tony ya no puede ver más. No es fácil precisar si
es una licencia onírica en la que Tony, muerto o moribundo, recrea como su
mayor ilusión una velada familiar con una comida agradable subrayando su lado
amable y la distancia que desea entre ese mundo y la cruel guerra con el clan
de New York, en la que debe poner en juego su parte Hyde, aunque con perfecta
conciencia de que participa de un mundo del que no es fácil salir vivo.
La recurrente alusión a la tercera oportunidad
(Carmela llega con la tercera campanilla, Meadow aparca a la tercera, la
campanilla de la puerta suena tres veces) coinciden con que este sería el
tercer intento de asesinar a Tony, que ha salido de su escondite a pesar del
riesgo evidente y conocido del que advierten las muertes recientes de sus
compinches.
El único freno posible de los crímenes de Hyde es
la autoinmolación de Jekyll. Tony acude a su final fatal aceptándolo como parte
de su oficio. La salida para cenar con su familia y al tiempo ser cazado por el
sicario de su adversario no es más que la puesta en escena de su inevitable
destino.
James Gandolfini deja
tras de sí una larga e interesante filmografía, pero siempre será Tony Soprano.
No se me ocurre mejor manera de despedirle, que este fundido a negro. Descanse
en paz.
La banalidad del mal queda reflejada en la historia de Sopano
ResponderEliminarQuerido Manuel:
ResponderEliminarNo creo que Tony leyera a Hanna Arendt
Andrés, efectivamente, James Gandolfini siempre será Tony Soprano.
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